Una evidencia: no podemos parar de pensar en todo lo que hay en nuestra vida, lo que ha acontecido, momentos e historias que estamos viviendo, otras que ya hemos vivido. Todo adquiere una particular importancia, y nos produce una angustia constante. Tantas mañanas pasadas, y cuadros por pintar. Mientras, el tiempo pasa, y no podemos controlarlo. Es algo cíclico aquello que nos sucede, un sentimiento de extrañeza que a la vez nos genera una ilusión. Cada minuto pasa más rápido que el anterior. Sin proponérnoslo si quiera suceden momentos, algunos nos inquietan, otros nos revelan una sonrisa. Así se va completando un ciclo. De eso se trata: de concluir etapas, y comenzar un nuevo calendario que nos ayude a comprender, a errar, y a reír. Esta idea no es más que una premisa indispensable para consumir nuestros momentos, nuestra vida, y con ello nuestro propio trabajo artístico, siempre experimental. No vale todo, sólo aquello que creemos importante y relevante en nuestra permanente relación con el mundo y con las personas que lo componen. La cercanía nos intimida y traslada hacia un estado reflexivo, acerca de la propia existencia que nos depara, como cuando sentimos una proximidad inminente hacia un color, o hacia una imagen concreta, y la fotografiamos. Todo cuanto sucede guarda relación, ante ello debemos ser capaces de entender esta relación y asimilarla, creando un lenguaje propio, particular, y distinguible, de los que ya existen.

15/08/2010